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2012 una odisea de desconfianza

En 1968, Stanley Kubrick nos hablaba de H.A.L., un computador que, habiendo sido programado con un fin, acababa perjudicando a los que lo habían programado al llevar sus normas hasta las últimas consecuencias. Más de 40 años después, ésta historia se convierte en una metáfora perfecta para describir la situación en la que viven lo que llamamos mercados,  «programados» para maximizar beneficios y eso hacen a toda costa; caiga quién caiga.

Los gobiernos siguen empeñados en contentar a ese ente, dándole seguridades con decisiones que tratan de hacer pasar por soluciones a la crisis, pero son inútiles en su inflexible determinación de ganar un poco más a costa de lo que sea. En esta tesitura, los únicos modos en los que podemos vencer a esa «fiera» son o eliminarlos, -imposible hoy por hoy-, no necesitarlos, -igualmente inviable pues significaría la no financiación y el presupuesto equilibrado- o eliminar su posibilidad de negocio.

Esta última parece la única posibilidad factible; es decir, si los mercados no ven negocio en atacar economías productivas, dejarán de atacarlas. Es en este camino en el que, en mi opinión debería centrarse la Unión Europea y hacia el que debería dirigir sus esfuerzos. La pregunta es cómo hacer entender al mercado que sus movimientos especulativos no van a tener un efecto en sus beneficios. El único modo que me ocurre es la mayor integración de los socios europeos y una decidida confianza de los unos en los otros.

Se dice en economía, que cuando un mismo producto se vende en dos mercados que tienen una comunicación perfecta entre ellos, el precio tiende a ser el mismo en ambos. Es decir, si vendo lechugas en Sevilla y en Zaragoza y puedo trasladarlas de un lugar a otro con coste cero, las lechugas acabarían vendiéndose al mismo precio en ambas plazas, pues habrán agentes que las trasladarán del lugar más barato al más caro para hacer negocio, hasta que las ofertas y demandas se igualen, se igualen los precios y desaparezca esa posibilidad de negocio. Algo similar sucedería con la deuda soberana. Si entendemos que la deuda de dos paises es igualmente fiable, su precio (el tipo de interés que pagan) final debería ser el mismo, pues los propios estados podrían actuar de elementos estabilizadores. Pongo un ejemplo. Pensemos que Finlandia puede obtener toda la financiación que desee al 1%, mientras que Irlanda está financiándose al 6%. Nada impediría que Finlandia solicitara el capital que Irlanda necesita pagándolo al 1% y prestándolo a Irlanda, pongamos que al 2,5%. Finlandia haría negocio, mientras que Irlanda vería como se abaratan sus costes de financiación. ¿Qué impide que esto ocurra?

Bueno, de algún modo, los fondos que la Unión Europea ha creado para sus «rescates» se comportan de esa forma. Los Estados Miembros aportan una determinada cantidad dependiendo de su tamaño al mismo y este se encarga de prestar ese dinero a un tipo por debajo del de mercado a los países con necesidades de financiación. De este modo multilateral, los Estados en mejor posición de mercado, no ven comprometida su posicion el mismo y no tienen que sacrificar sus buenas condiciones elevando desmesuradamente su endeudamiento propio en favor de otros Estados. El problema está en la disposición de los fondos a cuasa de que los miembros no se fían uno de los otros demasiado, y los sistemas de control son tan restrictivos que hacen del acceso a ellos un muro demasiado alto para los países en dificultades. Ya el mero hecho de que tenga que haber una solicitud por escrito de la necesidad de acudir a eso que tan poco afortunadamente se llama RESCATE, supone una estigmatización de dificil resolución para el Estado acuciado, que ve cómo se le cierran aún más puertas. Esos fondos, deberían ser un recurso habitual en cuanto los mercados establecen la más mínima presión sobre un Estado miembro y las medidas que se piden a los países deberían ser continuadas y no excepcionales, evitando estrangulamientos inasumibles para muchos Estados.

Las medidas de control al gasto público deben ser constantes y debe cambiarse el concepto de austeridad por el de sentido común. No se trata de ser austero, no se trata de propugnar una sociedad como la Inglaterra decimonónica de Dickens; se trata de impedir que se produzcan los desmanes y excesos sonrojantes que se han llevado a cabo en países como España o Grecia en las últimas décadas. Entre ambos extremos hay suficiente espacio como para que un país pueda tener un servicio sanitario digno, un nivel educativo propio de su entorno y un status asistencial acorde a un modelo social justo. Se trata de dotar a la Unión Europea de los mecanismos adecuados para poder resolver corruptelas y excesos que hemos demostrado que somos incapaces de resolver dentro de nuestras fronteras (el único condenado a fecha de hoy por Gurtel es el juez, no hay procesados en los agujeros de Bankia, Caixa Catalunya, Caja Castilla La Mancha, esperamos que haya justicia en mil casos, pero nos mostramos ineficaces y lentos judicialmente). Se trata de no llamarlo intervención, sino control y de conseguir que éste sea eficaz, justo y equitativo en todos los países miembos. Y se trata de hacerlo bien; no de cambiar la ineficacia de gobiernos nacionales y autonómicos por la indiferencia de gobiernos ajenos que siguen leyendo europa en clave nacional. No se trata de romper el euro, se trata de hacerlo sensato.

Esas deberían ser las pautas que nos rigieran, la ruta a marcar en el medio plazo. Hacer que los países en dificultades puedan salir del acoso especulador de los mercados financieros es prioritario y para ello, sólo la senda de la CONFIANZA ENTRE ESTADOS, no de la confia de los mercados, pués estos solo confían en un beneficio probable.

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